Sí, recuerdo esas primeras veces en que decidí no dormir, pasar derecho hasta ver el amanecer. Sigue leyendo «Insomnio // Inquietud»
Categoría: miedo
Una historia cualquiera
Su historia puede ser como la de muchos otros. De niño le regalaron un par de libros ilustrados con los cuentos de Charles Dickens. Su emoción puede ser descrita como tibia. Eran libros grandes con dibujos a todo color, pero le molestaba mucho el tipo de letra de los diálogos en las viñetas y los rostros de los personajes le parecían desagradables. Tal vez los habrá hojeado un par de veces y nunca se interesó por lo que contaban. Por esa misma época, pasaba siempre por el cuarto donde estaba la biblioteca, un arrume de libros de ciencias, una enciclopedia, dos diccionarios y tres libros con biografías de personajes relevantes de la historia de la humanidad. Al azar escogía un tomo de la enciclopedia y buscaba algún nombre que hubiera escuchado de la televisión o de sus clases en el colegio. Cuando se sentía con más agallas, revisaba las biografías de Tolstoi o de Pushkin. Era curioso, había muchos rusos, pero eso no le importaba. Cuando su hermano mayor se casó, la esposa apareció con sus propias lecturas y no se contuvo de curiosearlas. Libros de autosuperación, de psicoanálisis y algunos de literatura. Tenía clara la diferencia porque su educación le brindaba ante todo límites. Alguna vez se cruzó con el primer libro que lo iba a perturbar, sin motivarlo a masturbarse. Se sintió bendecido por la historia y por los personajes. Sintió que hacía parte de algo en este mundo. Esa experiencia la vivirá un par de veces más hasta considerar que él mismo debe hacer parte de ese Panteón de letras. Los tiempos cambian y pasa de escribir pequeñas historias personales en una máquina de escribir prestada por un amigo de barrio a pequeñas historias personales en un computador para, en principio, guardarlas en una carpeta oculta y, luego, subirlas a una página personal en internet que, evidentemente, sólo él conocía. Encontrarse con esta posibilidad le llenó de agallas y quiso el reconocimiento de Tolstoi, Pushkin o Mozart, no por el arte que creaban, sino por aparecer en enciclopedias o diccionarios o libros biográficos. Nació en él el deseo narcisista de ser recordado.
Y empezó por donde casi todos empiezan: por las fantasías. Y claro que tenía enormes habilidades para crear historias absurdas. Jóvenes mercenarios viviendo una vida de violencia en medio de sexo y drogas. Un Papá Noel perseguido por la Fuerza Pública. Dos adolescentes en su primera experiencia sexual en un baño de colegio. Una joven que descubre su instinto lésbico por accidente. Eran historias absurdas porque escribía de lo que no sabía. No importa, quería encantar, quería caer bien, quería sorprender, quería engatusar. Como buen acumulador, llenó la carpeta oculta con varias docenas de historias muy similares. Viajes en transporte público, caminatas bajo la lluvia, tardes en la biblioteca. Con cierto nerviosismo esperaba que sus lectores hipotéticos aclamaran su obra maestra pero pasaba el tiempo y no recibía ningún comentario. Así que acudió a lo más profundo de su mente y extrajo una historia extensa, irreal, confusamente metafórica, y de ahí recibió sus primeros halagos, por demás efusivos. Su narcisismo se convertía en egotismo. Desatado y desenfrenado, pudo llevar esas historias pesadas e inextricables a otros medios, por primera vez impresos y ahí alcanzó el cielo de su arrogancia. Pero era cauteloso, así que a nadie de sus conocidos les comentaba de sus logros con las letras. Prefería callar cada uno de sus pasos porque no quería ser odiado, no ahora. Vivió de su fama por un largo periodo de tiempo, y no me refiero a que haya recibido ganancias económicas, igual no le importaban, para él le bastaba ver su nombre impreso, su nombre ganando, su nombre nombrado. Pero algo no he dicho de ese ser, de esta historia que tan común les puede parecer. Los fracasos acumulados superaban en amplio margen sus éxitos. Y ese dique ya había sido reparado varias veces, estaba frágil, a punto de desbordarse. Claro, ese momento llegó.
Descubrió que su ego y su narcisismo eran columnas débiles que sostenían un mundo de muchos defectos. Varias veces se cuestionó por la labor que había realizado, por los textos que había creado y dado a conocer y dudó en continuar por ese camino. Se sintió falso, varias veces le dijeron que era pésimo en lo que hacía, los señalamientos de sus errores fueron letales. En ese punto se detuvo y se hizo la pregunta que se debía desde el inicio de su megalomanía: ¿para qué escribir? Y no halló respuesta sino hasta el día que se cruzó con alguien más que le dijo dos cosas: que también escribía y que quería charlar sobre las creaciones. Y perdió su orgullo y dejó su arrogancia y prefirió callar y dejó de escribir porque había descubierto que tenía que volver desde el principio. Había olvidado algo importante en todo ese camino: había olvidado su memoria. Y para no alargar este cuento que no tiene mayor sentido ni relevancia alguna, terminaremos por decir que el día que recuperó la memoria como el lugar de la honestidad se liberó de uno de sus mayores dolores, ese que tenía rompiéndole las costillas, ese que no le dejaba caminar, ese que hacía de su escritura un lugar pobre. No podemos decir que sea mejor, pero estamos seguros que al menos es honesto.
Apocalipsis
Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca.
Apocalipsis, 1:3
¡Qué carajos! Otro anunciado «fin del mundo». Siendo el tercero que me ha tocado en la vida, ya se pierde todo rastro de emotividad o expectativa. Lo que lo ha hecho medianamente interesante es que se ha mezclado con todo tipo de iconografía tipo cyber-punk-Crepúsculo-The walking dead. Recuerdo que el primer anuncio que conocí del fin del mundo era como un gran apagon, como perder electricidad y simplemente quedarnos a oscuras. Eso ya era suficiente para causar todo el miedo posible. ¡Qué hacer en un mundo sin electricidad! Ese primer final se combinó con el segundo donde «expertos y genios» vaticinaban que los computadores perderían la razón (que tienen alojada en la BIOS) y por ser muchos de ellos obsoletos, caerían en una especie de paradigma temporal, no logrando entrar al tercer milenio sino que se devolverían a un ciclo de otros cien años en el final del siglo XX. Decían los gurúes tecnócratas que por eso podía colapsar la economía mundual (luego veremos que con, o sin computadores, igual colapsó), que de nuevo seríamos cubertos por la manta de la oscuridad (pero acá ya tenía una condición más metafísica) y que el mundo dejaría de ser como lo conocíamos. ¡Vamos!, yo no conocía (ni aún lo conozco) el mundo en su totalidad así que me quedaba con los apocalípticos que sustentaban sus ilusiones (pero sobre todo sus miedos) en el meteorito. Varias películas surgieron con ese tema, algunos programas en esos canales de divulgación pseudocientífica anunciaban algo. Al final de cuentas, nadie supo de la dichosa roca espacial y cayó en el olvido. Yo la recuerdo con cierta nostalgia, así sepa que de rocas está lleno el espacio exterior. Arrancó el tercer milenio y parecía que lo habíamos superado todo en lo referente a invasiones alienígenas, terremotos, erupciones, robots inteligentes y demás parafernalias de ciencia ficción. Pero siempre (no lo olviden, siempre) la realidad supera a la ficción. Y en medio de la distensión que provoca sentirse haciendo parte de lo que se anunció en todo el siglo XX como «el futuro», donde manejaríamos carros que levitan, nos desplazaríamos por tuberías o telpáticamente, donde vivíamos en parcelas en Marte o Júpiter, el ser humano tenía un as bajo la manga, o mejor, bajo el turbante. Ni los mejores escritores de literatura ni los científicos más renombrados de este pequeño tercer planeta imaginaron lo que se puede hacer con un cuchillo plástico, un avión y muchos kilos de gasolina. Los apocalípticos de nuevo pegaron el grito en el cielo, algunas sectas se suicidaron enteras, pero sobre todo muchos pueblos fueron invadidos bajo la égida de la democracia y el exterminio del terrorismo. Y muchos anunciaron la tercera guerra mundial (ninguno había presenciado la segunda más que por televisión en repeticiones cada vez más deformadas y paranormales). ¡Ahora sí!, todos los elementos juntos para un fin de todo. Pero siempre hay algo que queda por fuera, como cuando se arman los paseos familiares en días festivos. Que si le dejaron comida y agua al perro, que si dejaron cerradas las válvulas del gas, que si no quedó alguna gotera, que si el abuelo está con nosotros o se quedó en el jardín contemplando las nubes. Algo siempre queda faltando. Pues bien, para nuestro caso faltaba lo esencial para todo mesiánico fatalista apocalíptico de los últimos días de verdad. Faltaba una fecha. Sí, un día, un mes, una hora. Claro, nada más estúpido decir que el fin del mundo sucedería el siete de julio de dos mil siete. ¡Qué petardada! Tocaba buscar en los confines del calendario del nuevo milenio. ¡Y apareció!
Un momento, pero algo pasó cuando de calendarios se trata.
Todos (me incluyo) supusimos que el tan mentado final llegaría la fecha absurdamente obvia: el doce de diciembre de dos mil doce. Pero fíjense que no. Alguien (nunca sabermos quién) anunció que había «otro calendario» al que se le terminaban las páginas de sus cuentas cosmológica el día veintiuno de diciembre de dos mil doce. ¡Qué putada! ¿Por qué no bajo el calendario bizantino o el chino? No lo sé, creo que muchos no los conocen. En fin, que muchos debates se comenzaron a dar para definir la fecha exacta del fin del mundo. Porque gracias a la particularidad de exactitud es que un canal, un programa, un visionario puede obtener el máximo rating, puede vender la mayor cantidad de souvenirs para el fin, puede elevarse a los cielos y entre nubes revelar el secreto de la vida y la muerte (Hernán Casciari había dicho que ese iba a ser Evo Morales).
En fin, que en últimas y por decisión democrática (de esa misma democracia gringa implantada con mano dura en los países de medio oriente) se decidió que el fin del mundo quedaba para el veintiuno del último mes del año. Hasta ahí todo bajo control, gran cantidad de hashtags con temas como
#SexoyFindelMundo
#UltimaUltimaCena
#OrgiaApocaliptica
#YaSomosMenos
#SoundtracksParaUnFin
#MuereConEstilo
Y así sucesivamente. Muchas conversaciones por Gtalk y por el chat de Facebook. Y nadie hablaba de la desaparición del servicio Messenger de Microsoft. ¡Esa sí es una verdadera señal del fin! Pero faltan videntes en esta época. Y bueno, para alimentar la gula de los medios masivos, se fueron acumulando terremotos, tsunamis, maremotos (es lo mismo pero es un fin multicultural) huracanes, tormentas perfectas (de las que sacarían 9.99 en los olímpicos), inundaciones, sequías y mucho alimento transgénico. El hombre heterosexual aparece dentro de las listas de las cincuenta especies en peligro de extinción con la mantaraya y los superhéroes. El plato está servido. Mejor coccionado no puede estar. ¡No nos puede fallar el fin!
Y bueno, como condimento a esta sopa recargada, súmenle vampiros, hombres lobo y zombies. Tres poblaciones que habían sido arrojadas a las canecas del olvido por más de veinte o treinta años. Nada como los días de David Lynch o el renacer del cónde Drácula de manos de Francis Ford Coppola. Sangre, sesos, vísceras y mucho de purulencia. Ahora sí, todos listos con nuestros trajes antiradiación, con nuestras estacas y collares de ajos, con balas de plata (y con muy poca plata), con… nuestros bates de aluminio y escopetas recortadas para hacer explotar cabezas. ¿Si lo perciben? Es el olor metálico de la sangre. Esa misma que corrió en las plazas centrales de Tunez, Siria, Egipto y otras naciones del cuerno arábigo. Esa que se sumergió bajo las aguas del océano atlántico. Esa que se dejaba ver y caer en Wall Street y en la Puerta del Sol. Pero tengo en mi boca un sabor que tampoco definiría como amargo o como herrumbroso. Puedo estar casi seguro que es más… más…
Es el sabor de la ridiculez.
Bienvenidos al fin (y se les espera mañana temprano en el trabajo).
Idus de noviembre
He visto el futuro:
Y la maldad es la dueña de las calle
y las vidas
Y las tormentas arrasan al mundo creado por los humanos
Y pequeños cuerpos intoxicados por la Red
Y los nuevos seres son despreciados
Y ya no suena una banda sonora para la vida
Y los cuerpos regurgitando información
Y los sentimientos se imaginan
y el sexo los concreta
Y enormes orgías en los centros comerciales
Y en las noches se sueñan sueños alquilados
Y el silencio es una especie extinguida
Y leer es para los imbéciles
Y escribir para los desadaptados
Y el pasado es una mina de oro
Y el futuro un delirio colectivo
Y los rostros están para ser destrozados
Y el odio es la política de los Estados
y el derecho de los ciudadanos
Y sobrepoblación y soledades
Y la Cruz que lacera posibilidades
Y los patíbulos atiborrados de vejámenes
Y los campos cercenados por la sangre
Y la muerte es diversión
y la diversión excita
Y todas las miradas se posan en el Horizonte
Y nadie sabe por dónde se oculta el sol
«Y empieza la tormenta de mierda»
Empezar de nuevo
¿Saben?
Durante muchos años he llenado mi cabeza de ideas, también de lecturas y películas y charlas con una inmensa cantidad de gente con la que me he cruzado y he conocido y he olvidado. Y los que ya no están. Al principio, era un niño que me jactaba de mi conocimiento y seguramente lo hacía por demostrar ser alguien superior. Siempre terminaba humillado por esos actos de estupidez. Aún así, me estimaban, aún así me buscaban y me llamaban para que fuera a jugar Nintendo o Sega. Aún así me estimaban, me protegían, me respaldaban. En ese momento no lo comprendía, y ni siquiera me esforzaba por entenderlo. Es necesario el paso del tiempo para comprender las cosas desde la distancia. Por eso somos una raza que no es que no aprenda de sus errores. Nos demoramos mucho en aprender. Han pasado ya muchos años desde esos recuerdos difusos, casi traslúcidos. Y con las pocas imágenes que me han quedado he empezado a armar el rompecabezas de mi existencia.
Cuántos errores he acumulado en mi vida… Pierdo la cuenta con facilidad. Pero también puedo afirmar que son muchas las cosas que he hecho y que le han brindado buenos momentos a esas personas que estuvieron y han estado por ahí, gravitando en mi mundo. No todo es malo en la vida, eso es una exageración. Claro, nunca olvido que vivir en estos tiempos es terriblemente más complicado que, por ejemplo, hace dos décadas. Pero, aún así, no todo es para botar y olvidar. Creo que es una insensatez pensar que los errores nos deben llevar a decir «no más», «todo se acabó», este es un final sin regreso». Porque si así fuera, seríamos como los libros. Aunque imaginemos cosas, nos llevan siempre al mismo lugar. No. Nuestras vidas las soñamos como libros escritos, de miles, de millones de páginas, pero es sólo eso: imaginar. Vivir es algo diferente. Es saber dar pasos hacia atrás, es pedir perdón y no cerrar la puerta, es reconocernos con nuestros defectos y no flagelarnos sino segur, cada mañana, dando otros pasos hacia adelante. Cuando tenía veinte años, trataba a las personas como libros. Se abren, se leen, si no me cautivaban los cerraba y los abandonaba. Y buscaba un nuevo libro. Estaba equivocado. Lo descubrí cuando realmente me puse a leer cientos de libros de todo tipo y ralea. Y me enamoré profundamente de algunas historias y las leí cinco, veinte veces. Pero eran la misma historia. Vivir es estar contando la historia permanentemente. Es escribir cada mañana, e incluso, cada noche cuando nos abandonamos al vacío de la mente o al trabajo de los sueños. Por eso no creo en los finales en esto que llamamos «vivir». Sólo hay un único final. Algunos otros, que aún respiran y se cuentan entre los que se expresan, les gusta crear el mundo más allá del mundo, la vida después de la muerte, el otro lado de este lado. Pero es eso. Escritura. Libros. Vivir implica reconocer y reconocerme como finito y estúpido. Y cuando recuerdo nuevamente esos dos elementos, de nuevo me doy cuenta que no me puedo desprender así no más de esas personas que han escrito en mi vida. Y que el punto final no termina nada. Tal vez signifique «silencio», «distancia», «indiferencia». Qué sé yo. Pero definitivamente un punto no termina nada cuando de vivir se trata.
Pensando en todo esto, creo que se pueden hallar formas de empezar de nuevo. No desde cero. Sino desde las marcas que han quedado, desde los monumentos que se han erigido, desde los caminos que se han trazado. Y empezar de nuevo no es recorrer el mismo camino. Si nos pasa, es porque somos más que estúpidos. Por lo general empezar de nuevo es retomar un camino y continuar por esos parajes que no distingo. Claro, a veces miro hacia atrás pues la imagen de esa distancia nos recuerda los pasos que debemos evitar. No es fácil. A muchos nos pasa como a Orfeo, que al mirar hacia atrás nos desvanecemos en el baño de sol. Aún así, seguimos escribiendo, cada segundo, eso que no sabemos o que vamos reconociendo a medida que pasa.
Creo que de ahí es que nace el dicho «nada está escrito en esta vida». Y no es para dejar abierta la ventada del relativismo ingenuo. Es para afirmarme en la postura que tengo frente a este pedazo de vida en este espacio-tiempo que me tocó vivir: siempre se puede empezar de nuevo.
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