Nueve

A finales de los años 90 había llegado una moda que suponíamos provenía de los Estados Unidos. Era poco probable que imagináramos que las modas provenían de otros lugares del mundo ya que en esa época Estados Unidos lo era todo. Ropas anchas, gorras y tablas de skate. Con ello venía adjunto todo un universo musical que fue lo que realmente me interesó. Nunca fui hábil para montar tabla y éramos solo dos personas los que nos dejamos contaminar por esos gustos frikis. Lo que venía como herencia desde los años 80 eran las bicicletas: las de carrera, las monaretas, las bmx. Una tabla para deslizarse y empujarse cada dos segundos parecía una actividad ridícula y desgastante. Algunos más se dejaron llevar por ese gusto pero rápidamente desapareció del panorama.

Como un complemento a esta actividad nada onerosa, mi amigo el skater conseguía de no sé dónde videos en VHA de gringos haciendo skate en las calles de quién sabe qué ciudad de aquel país. Nos fascinaba la calidad de los videos, con su cinta a ratos desgastada de tanto haberse usado, con tomas nunca antes vistas a ras de suelo y muy cerca de los skaters y con una banda sonora que simplemente nos volaba la cabeza. La parte que más le gustaba a mi amigo era el final donde mostraban las caídas con sus respectivas lesiones de los skaters. Nunca fue una actividad glamurosa. Torceduras, fracturas, laceraciones. Queríamos ser como ellos. Sabíamos que en esta ciudad-pútrida no había lugar alguno con barandas o con escaleras como las que aparecían en esos videos. Nos conformábamos con los antejardines de las casas del barrio donde vivíamos. Y calles, muchas calles anchas y ajenas.

Hoy YouTube y su algoritmo aleatorio me ha recomendado un video de 1996 de gente skate en algún lugar de Estados Unidos. Y lo he visto completo. Y me ha fascinado. Qué gratos e intensos recuerdos me ha traído. Pero después de esto mi mente me llevó a otro lugar menos amable: ¿Qué es de la vida de toda esa gente que aparece en el video haciendo maromas sobre una tabla? Sé que los más famosos, los que lograron patrocinios y montaron sus propias empresas han vivido como skaters toda su vida y que hoy con 50 o 60 años siguen montando. ¿Y los que lo hicieron porque simplemente era la moda del momento? Mucha de esa gente, famosos o no, son padres de familia de jóvenes y adultos de hoy en día. ¿Serán creyentes camanduleros jesusitos? ¿Sobre protegen a sus hijos e hijas contrario a como ellos fueron criados? Me parece que no fue una actividad heredada y que hoy en día sigue de cierta manera marginal, a pesar de que sea reconocida como deporte olímpico. Hay un aspecto mainstream (qué no lo es hoy en día) y queda un enorme resto marginal, de calles, de bandas sonoras, de droga y violencia, de huir de la realidad.

Estaba pensando que mucha de esa gente que fue skater en los años 90 terminaron siendo personas aburridas, solapadas, temerosas, ultra creyentes, que si formaron familia la tuvieron siempre al margen de ese pasado oscuro. Y estas, creo, es una de las razones por las cuales creo que no evolucionamos como sociedad. Estamos llenos de miedos. Los torneos de skate previos a los Olímpicos de París son divertidos, un poco, no mucho. Todo muy controlado, muy aséptico, muy controlado, como quizás lo desean esos jóvenes libres de finales del siglo XX y que al hacerse adultos optaron por la sobreprotección y la ultravigilancia.

De esto no queda nada:

Ocho

Estamos estancados. Ya veo venir a los individualistas aullar que yo soy el estancado, que no puedo hablar por los demás, que si soy un fracasado y que quiero proyectar mi derrotismo a una sociedad y una gente pujante y exitosa. Yo no hablo de eso. Me alegra mucho la gente exitosa que lleva una vida estable en todo sentido. Pero, si te has detenido un momento en lo que es tu vida, te darás cuenta que estamos viviendo de la misma manera que hace treinta o cuarenta años. Claro, la tecnología ha cambiado formas y maneras y patrones (el que yo esté publicando este post en este blog es muestra de uno de esos cambios sustanciales), pero en términos de contenidos, las cosas siguen igual. Quizás peor.

Llegué a esta reflexión contemplando que las bandas exitosas del Estéreo Picnic son las que iniciaron sus periplos musicales hace más de veinte años. Ni qué decir de las bandas que han pisado este suelo que llevan cuarenta y más años tocando, no necesariamente haciendo música.

En 1992 Nirvana estaba haciendo giras a nivel mundial, tocando en lugares tan disímiles como Japón y Brasil. En cuestión de un año esta banda pasó de ser una banda de garaje a hacer conciertos en estadios. Un año. Los fenómenos de las nuevas bandas y la nueva música se demora en ello y, pensando particularmente en el rock, el vacío es evidente. Es un género que ya nada está aportando a nivel musical, más allá de continuar con el fenómeno social de esta época: reciclar. Las nuevas bandas hacen música vieja con tecnología reciente. No proponen nada ni musical ni en sus letras ni en sus actitudes. Veo películas que reciclan la música de hace treinta años y las historias de hace cuarenta. Voy a una exposición y veo obras que pudieron haber sido hechas hace cien años. Estamos consumiendo realities que empezaron hace veinte años y que en nada han cambiado. Todas las marcas de carros se parecen. Toda la comida chatarra es la misma así venga en nuevo color y nuevo envase. La moda decidió volver al pasado: hombreras, ropa ancha, el jean que nunca se va.

Los avances tecnológicos no se pueden ver a simple vista, de ahí que me digan que si chocaron dos nuevas partículas en el acelerador del CERN, estará muy bien pero eso jamás lo veré. La arquitectura terminó siendo un mal chiste, con gente sin imaginación ni un sentido humano de lo que se diseña. Enjambres, panales, por lo general feo, de mal gusto, aburrido, repetido. El diseño de las cosas: celulares, billeteras, maletas, zapatos, gafas, sombreros, nada ha cambiado. Seguro habrá innovaciones en cuanto a materiales pero se ven exactamente igual que hace treinta años.

Mi intuición me dice que nos parecemos de esa manera a los que habitaban estos mismos espacios hace cuarenta años. Cuarenta años de un país que dejó de tener una industria, donde ahora somos consumidores pasivos, nada producimos, nada innovamos, nada creamos. Somos un estómago más que llenar en el mundo de países estómagos. Y así nos sentimos bien, porque vemos a Blink 182 y Arcade Fire, con precios inimaginables hace treinta años, porque viajamos por el mundo y tengo fotos en París con una boina. Nada más innovador que una boina.

El estancamiento espiritual de esta sociedad es patente. Un eterno retorno de lo viejo que habíamos señalado como trasnochado o caduco que vuelve renovado por el efecto del capitalismo. Es mejor el de ahora porque brilla más, tiene materiales biodegradables y cuesta un tercio de un suelo mínimo. El siguiente paso que debemos dar es el de matarnos entre nosotros mismos.

Siete

¿Para qué escribir? ¿Para qué publicar? Es evidente que son dos preguntas difíciles aunque muchas veces se responden de la misma manera. Entrados ya de lleno en el siglo XXI escribimos porque la individualidad liberal nos exhorta a ello. Vivimos el tiempo en el que toda expresión es válida por más abstrusa que sea. La exaltación a la individualidad y su construcción emocional nos ha puesto en una situación sin precedentes. Escribo porque quiero. Escribo lo que se me da la gana. Escribo y me reafirmo en mi Yo. Escribo porque estoy convencido de que lo que digo es importante, para mí, pero seguramente para los Otros. Ahí aparece la segunda pregunta.

Publicar siempre ha sido una actividad restringida. Quienes han tenido el control de este espacio comercial elegían a su gusto y arbitrariedad lo que Otros deberían leer. En este mismo siglo XXI de individualismo y liberalismo, nos convencieron de que todo aquel que escribe debería ser su propio editor y llegar a montar un negocio que comparta la tajada que tiene acaparada esos enormes conglomerados a los que poco y nada les importa el contenido de sus empresas. Y así se prestaron al juego varios que se autodenominan escritores. Y montaron sus editoriales, en principio para publicar lo que escriben. Y luego para que fueran legitimados como publicadores de Otros. Todos quieren ser reconocidos, antes que como un Borges, como un Alfaguara. Porque, en tiempos de mercantilismo y vacío, es más fácil ser un Alfaguara que un Borges.

Escribir para llenar vacíos profundos. Para dar evidencia de que tengo un mundo interno. Para demostrarle a otros que lo que digo es realmente importante y que jamás lo ha pensado y que gracias a mí es que Usted está pensando. Para hacer dinero. ¿Cuál dinero?

El mercado del arte (y en este punto voy a llamar arte a esas producciones textuales publicadas bajo la denominación de “literatura”) es de los más precarizados porque antes quienes sostenían esa industria eran mecenas, reyes, clero y uno que otro burgués. En general, y no estoy totalizando, los estados no les ha interesado invertir en arte ya que saben, como buenos burócratas que son, que tarde que temprano esos artistas morderán la mano que los alimenta. Y a veces no importa que sea música sin letra o una obra plástica que nadie entiende. Mejor si es una comparsa, porque las comparsas son divertidas. Se apoya lo audiovisual porque es tan abstracto como el arte plástico. La literatura, por otro lado, ha sido fortín de los autoproclamados ilustrados. Es uno de los pocos bastiones que les quedan a las familias tradicionales, esas que se han cultivado en las artes como si fuera un experimento genético. Entrar al mundo artístico se fue ampliando y se abrieron nuevas posibilidades a personas que jamás hubieran imaginado poder crear una pieza artística de cualquier índole. Pero los tiempos individualizados, liberales y mercantilistas han hecho que entre la creación y la producción haya un enorme vacío. Una cosa es que yo pueda escribir algo. Otra muy diferente que alguien me quiera publicar. Y como casi nadie me quiere publicar yo me convierto en mi propio editor.

Escribir hoy en día sirve solamente para buscar un mínimo de reconocimiento de esas esferas que rechazan todo lo que no son ellos. Sirve para decir que soy escritor así no sea leído. Leer no es lo mismo que adquirir. Hoy en día asociamos esos dos factores como si fueran el mismo, se responde de la misma manera. Yo compro libros y no los leo. Porque ya no valen como pieza artística sino como producto consumible. Y los que escriben y publican saben eso. No les interesa ofrecer una expresión artística sino rasguñar un poco ese pastel monetario del mercado editorial y obtener un poco de reconocimiento que no lograrían por ningún otro medio.

¿Para qué leer lo que está hecho como producto y no como pieza artística? ¿Por qué obligar a otros a consumir escritura innecesaria? ¿Por qué leer teniendo como principio el respeto a la individualidad liberal? ¿Debo leer algo por respeto al Otro? Eso no tiene ningún sentido desde la perspectiva del arte. Desde la perspectiva del consumo tiene todo sentido. Ahora bien, el Estado considera que arte y consumo son la misma cosa y ante la pregunta de cómo rentabilizar el arte la respuesta es que el arte debe ser, ante todo y por encima de cualquier cosa, entretenimiento. Si el cine, la música, las series, incluso el teatro, son tan rentables, ¿por qué no funciona con la literatura? Porque hay que hacerla mucho más entretenida.  El problema es que la categoría de entretenimiento se diluye como todo lo que acá he dicho el día de hoy. Y finalmente leer puede terminar siendo una pérdida de tiempo.

Seis

A los doce años tuve por primera vez un cuarto para mí solo. Antes de eso dormía en un mismo espacio con mis padres y yo era simplemente un apéndice de ellos. Pero a los doce llegó el momento de habitar un pequeño espacio para mí, en el que podía organizar las cosas a mi manera y guardar la ropa como yo quería. Era el cuarto más grande de la casa, que antes era propiedad de mi hermano. ¿A dónde se había ido mi hermano? No lo recuerdo, pero había dejado ese cuarto para que yo llegara a habitarlo. La cama la puse en el centro de la habitación y tenía un armario enrome que nunca pude llenar del todo. Había un escritorio supuestamente para hacer mis tareas y un mueble donde había libros. En ese cuarto jamás hice tareas y jamás leí. Lo que llevaba años haciendo y que llenaba mis días y noches con un apasionamiento que quizás jamás volví a sentir en toda mi vida era escuchar música. Ya tenía algunos casetes propios que contenían canciones grabadas de radio. La radio era ese aparato que me acompañaba, que me hacía cantar, que encendía mis ganas de algún día dedicarme a hacer música y sentir esa emoción de estar frente a otros y generar una comunión en torno a los sonidos. Lo primero que tenía que hacer para emprender ese camino era conseguir afiches, posters para mi nuevo cuarto.

Cuatro

“Me percibo como inmaterial”. No lo he leído en ninguna parte, no lo he visto en ninguna “noticia”, no lo he visto posteado en alguna red social, pero estoy seguro de que está próximo a salir. ¿Cuál es el problema de esta expresión de subjetividad? Simple: la profunda estupidez de quien lo diga. Entiendo y es claro para mí que no todas las personas pasan por la academia y de esas pocas la academia no pasa por ellas. Eso es claro. Hace poco hablaba con un amigo filósofo y para mi sorpresa descubría que la escuela primaria es un jardín, que el bachillerato es una primaria, que la universidad es una secundaria y hasta ahí llegamos evolutivamente en academia. El doctorado es un bachillerato extendido. No se digan mentiras. Entiendo que vivimos los tiempos del rechazo académico por impositivo, patriarcal, hegemónico y todas esas palabras que casi nadie sabe de dónde provienen pero que usarlas da un toque chick, un poco  coquette, un aire aesthetic. Entiendo que el conocimiento se ha democratizado y ahora lo único que hace falta para aprender algo es ganas, porque el pobre es pobre porque quiere. Entiendo esas visiones de mundo tan válidas como aquellas que sostienen que la tierra es plana. Lo entiendo. Pero hay que ser excesivamente obcecado, miope, tarado y enajenado como para sostener sin ninguna vergüenza (esta palabra está apareciendo más de lo que esperaba) que esas auto-construcciones del Yo realmente se dan en un aislamiento total y perpetuo, sin la mirada del Otro. Entiendo, es muy fácil negar centurias de conocimiento solamente porque “no lo he creado yo” y de ahí que ante los chispazos de originalidad la gente salga a construir frases con “me auto-percibo como…”.

Y claro, los medios salen a relamer esas toneladas de estupidez sólida, hacen notas extensas, entrevistan a las personas emancipadas de la humanidad, les dan voz (y muchas veces tiene voto), hacen eco de esos vacíos. Y como somos creyentes de un Corazón Sangrante, pues salimos y creemos en esas “notas periodísticas” y luego hacemos “debates” en redes sociales contraponiendo posturas indefendibles de cosas que son irrelevantes. ¿Es socialmente relevante que alguien diga que se considera “transnacional”? No, evidentemente. Puede hacer con su culo lo que se le antoje. A mí eso no me tiene que importar. A la nación no le importa, pero sí le importa porque estamos tan pero tan vacíos de Ethos que cualquier sarpullido lo llamamos Pathos.

Mientras tanto, en este lodazal llamado país, unos cuantos autopercibidos Padres de la Patria se comen a manos llenas las arcas de la nación, invirtiendo en putas, en casinos y en proyectos inmobiliarios, porque la lección de los tiempos de los Carteles de las Drogas se aprendió muy bien: te esnifas una parte e inviertes el resto para tu posteridad. Y nadie se pregunta en este cuchitril por qué están vendiendo apartaestudios a precio de mansiones. Entiendo, normalizamos el lifestyle de Japón. Así nos sentimos un poco menos nosotros y un poco más lo que jamás seremos.  

No queremos (así como los pobres) sentarnos a pensar en lo que es realmente importante porque eso es un problema de percepción. Lo que para mí es importante para ti es irrelevante. Y viceversa. Y como no me interesa estar de acuerdo con nadie porque así perdería mi identidad (sea lo que eso sea), es de vital importancia que yo no me parezca a nadie y qué mejor forma de acentuar este rasgo que elevar a la n potencia mi estupidez, siendo incoherente, arrogante y sin filtro. Aunque esos rasgos los compartimos todos. Pero como dicen por ahí: lo que importa es el software, no el hardware.  

Tres

La libertad de expresión en el siglo XXI ha sido una de las mayores conquistas en la democratización de la información. Las redes sociales llegaron para brindarnos la posibilidad de expresarnos tal cual como queremos y podemos hacerlo. Me sorprende que se estaba apelando a un sujeto idealizado, muy kantiano, con una altísima responsabilidad en sus palabras. ¿Acaso pensaban que solamente los ilustrados y académicos (y no por ello se libran) serían los únicos que iban a usar redes sociales?

Rápidamente la masificación conllevó que las personas más emocionales y menos racionales entraran a expresar sus pensamientos sin filtro de café. Así es que los medios se fueron llenando rápidamente de radicales, de intransigentes, de personas que no están dispuestas a discutir, porque si lo pensamos con cabeza fría, las redes sociales no son terreno de debate. Insisto: demasiado kantianos. Me sorprende la sorpresa de la gente ante las posturas extremas, violentas, inhumanas, capitalistas, de muchas personas. Me sorprende que haya personas que se sorprendan porque hay quienes quieren matar pobres o discapacitados o chinos o venezolanos. Ideas nazi son terreno de cultivo de personas que sienten que algo los ancla a la historia de la vida dentro de su infinita ignorancia de los procesos históricos. Siempre me acordaré de las barras bravas de los equipos de esta ciudad: a más cantidad de años que pasa del inicio de los equipos, más “tradicionales” se sienten. Incluso los medios de comunicación tradicionales, sin ningún atisbo de vergüenza, acuden a los principios de Joseph Goebbels. Al fin y al cabo fueron funcionales en su momento y como estamos en tiempos de revivir los tiempos pasados, qué mejor que volver bajo el cobijo del tío Joseph.

Ahora bien, con el escenario ya montado y los actores representando sus mejores papeles de villanos, ¿qué podemos hacer? En principio, nada. Es como cuando la televisión tradicional (me refiero a la televisión nacional de los años 80 y 90) decidía poner comerciales institucionales para “combatir” el consumo de drogas o en su momento el VIH. Tocaba verlas porque no había nada más que ver. Tocaba consumir lo que había porque no había nada más. Paradójicamente nos vendieron la idea de que con la pluralidad vendría la variedad. Esa gente jamás ha entrado a un almacén de grandes superficies. La pluralidad solamente nos ha dejado como enseñanza que es el mejor conducto para vender posturas radicales, para instalar ideologías, para mover masas. Si se crea la sensación de que no somos similares al de al lado aun cuando consumismos lo mismo, nos disgregamos pero reaccionamos de igual manera ante los mismos estímulos. Ni Goebbels alcanzó a soñar con ello.

Consumir redes sociales es como ver televisión de antaño. Aunque “me dan la opción” de eliminar temporalmente algunos avisos, estos volverán con más ímpetu y me recordarán mis gustos hasta la saciedad. Claro, siempre está el camino de pagar para “eliminar la publicidad”. Esa fue la premisa de la televisión por cable y quienes la usaron se dieron cuenta de que en poco tiempo aparecieron las pautas publicitarias. Ahora los usuarios de aplicaciones tipo Netflix o Disney se sentían seres superiores porque ahí no hay publicidad, hasta que llega como la única vía capitalista de sostenimiento de esos precarios modelos económicos. Y se repetirá. No me imagino los sacrosantos usuarios de las Apple VisionPro cerrando ventanas emergentes que ofrecen todo tipo de bienes y servicios. ¿No hemos aprendido con los celulares? Lo que más vemos es publicidad, ya ni sabemos de nuestras amistades o relaciones. Creo que ya ni nos importan. Nos es más importante consumir nuestros gustos para reforzar nuestras posturas. Bienvenidos la desierto de lo real.

Dos

Ayer (no importa cuándo leas esto, puedo ser ayer o hace 10 años o más) estuve en cine viendo Poor things y Dune 2. Para sus fantasías polimorfas supongan que las vi al mismo tiempo con eso nos ahorramos discusiones entre lo real y lo ficticio. El caso, estuve en cine viendo estas dos películas y al salir de las salas de cine sentí algo parecido a lo que es ir a baño a mear una orinada contenida por demasiado tiempo. Un alivio, una liviandad, una sensación suave. Están bien, son películas divertidas, interesantes, muy visuales, con una historia entretejida. Está bien. El sentimiento de placidez termina cuando nos asomamos por las redes sociales y más de lo mismo: unos defendiendo fundamentalmente estas dos películas diciendo que son las mejores de la historia del cine; otros, cagándose hasta en la madre diciendo que es lo peor, lo más aburrido, misógino hasta con claros tintes de pedofilia y por ello rechazables y condenables al infierno o la cárcel de los productos culturales.

Es claro que el gusto es subjetivo, pero su configuración no. Es lo que pasa cuando personas carentes de gusto o con el gusto atrofiado, subdesarrollado o simplemente inexistente creen que como pueden hilar palabras en oraciones sin sentido y ponerlas en la red y a veces pagar para que sean más leídos, sus opiniones son realmente importantes.

Hemos perdido el horizonte de lo que es importante. Son dos películas realizadas por uno de los mayores emporios cinematográficos del mundo. ¿Qué esperaban? Dejen de proyectar sus traumas infantiles en contenidos que realmente no tienen la profundidad que están buscando. Son dos historias, cada una divertida a su manera, una más lenta que la otra, una con más colores que la otra, una con un protagonista y otra con una protagonista, y ya. Hay tanta gente vacía, y vacía de gusto, que arman discusión y trifulca con muy poco. Y hay todavía más vacíos que le siguen la discusión bajo la égida de “lo que es realmente importante”.

“Es que si no discutimos estos productos de consumo masivo la gente va a creer cosas que le quemarán el cerebro y terminarán pensando diferente a mí. ¡Tengo miedo!”. Más o menos la cosa va por ese camino con sus ligeras variaciones. Lo que la gente que se pone a postear opiniones no pedidas, como si fueran Mesías de barrio, demuestra es la imperiosa necesidad de crear pequeños cultos endogámicos donde todos se masturban entre todos dándose la razón acerca de esta o aquella opinión. Y eyaculan fuertemente a ver si alcanzan a untar a los indecisos que ni entienden qué fue lo que vieron en el cine. Fueron porque iban a divertirse un rato, compran palomitas y perros calientes y gaseosas para toda la familia y adentro, unos se duermen, otros escupen, otros se van de la sala con indignación o con confusión. No se divirtieron. Son un asco esas películas. Me dijeron que eran divertidas, que eran de humor y de acción. Realmente nadie les dijo eso, lo que habla casi siempre es la ignorancia y la pereza de la gente.

Si ustedes quitan de la lista a Marvel, a La Roca, a Toretto, a los tiburones asesinos, a DC (me da risa esta franquicia) a los refritos requemados que se están rehaciendo (y que suman la mayoría de la cartelera), todo lo demás puede que se salga de ese ideal de entretenimiento que el vulgo está esperando. Si no hay explosiones y familia y chistes flojos y tomas de acción que dan vértigo, todo lo demás es una mierda. Es una enorme carencia que jamás será suplida en esta sociedad la de forjar el gusto. Pero si el gusto está formado por Tropicana y CineColombia, es lo que obtenemos como nación: mierda al zarzo.

Uno

¿Para qué la cultura? Puede ser una pregunta que se responderá de muchas maneras, siempre teniendo en cuenta el interés político que se tenga. La cultura como un sustantivo propio en singular está desapareciendo porque a ciertas instancias “no le dice nada”. De ahí que prefieran el sustantivo en plural, cosa que tampoco dice nada pero al menos señalan la obviedad de la cultura: la pluralidad. ¿En serio hubo alguien que pensó que la palabra cultura imponía una única cultura y que por eso toca hablar de culturas, de los saberes? ¿Los saberes son cultura o ciencia? Todo depende. La mirada del Otro lo establecerá. A veces pienso que los burócratas no leen nada y se dejan llevar por la tendencia de moda. Así la palabra se irá transformando hasta quedar despojada de todo significado, pero representará lo que un grupúsculo de personas desean.

La pregunta con la que inicia esta entrada no tiene una única respuesta. A veces no tiene respuesta directamente. ¿Por qué formular esta pregunta? Me surge a propósito de los burócratas tecnócratas que no la mencionan ni por las curvas y donde su propuesta redentora es más mano dura, más pie de fuerza y menos trato con la ciudadanía o la comunidad. ¿Robos? Policía. ¿Violencia? Policía. ¿Xenofobia? Policía. Si todo se resuelve con tener gendarmería en las calles, ¿para qué la cultura? Ahí entra la romantización de la cultura. Se convierte en lo local, lo autóctono, lo inmaterial, lo invisible. Qué bello que esos pequeños grupos se manifiesten en sus tradiciones y cosmogonías siempre y cuando no interfieran con el proyecto político del tecnócrata de turno. Cuando interfieren se les convoca para recordarles que se les está haciendo un aporte significativo para la valoración de dicha expresión y que lo mínimo que deberían hacer es cerrar el pico y no meterse en los asuntos Ilustrados.

En medio de este panorama desolador, aparece la literatura. Si la cultura es una postal para mostrarle a los extranjeros y evidenciar que tenemos raíces, ¿para qué carajos sirve la literatura colombiana?  Recordemos que hoy en día es común relacionar la cultura con el entretenimiento e incluso ponerle ese apellido es más rentable que dejar un sustantivo a la deriva. Aparecen conceptos todavía más comprometedores como el de arte y oficio. ¿Cómo carajos la literatura es arte y oficio al mismo tiempo? Para ser sinceros, pocos hablan del arte de escribir, porque suena más a retórica que a literatura. De ahí la vana tentación de convertirla en un oficio, con eso se puede relacionar más fácil con eso que he mencionado previamente de las culturas y los saberes.  Cabe decir que estos “oficiantes” de las letras la mayoría son personas con poder y posición social y económica muy por encima del promedio. Y los oficios por lo general no están relacionados con estos estratos socioeconómicos. Entonces es el juego pendejo de “yo me igualo por lo bajo para exprimir los beneficios que brinde el Estado”. Un clásico.

En ese maremágnum de libros que se publican a diario, ¿vale la pena leer algo de todo eso? Yo creo que no. Yo creo que lo que vale la pena es escaso. ¿Qué vale la pena? Seguimos adentrándonos en el fango. Valdrá la pena lo que no se ciñe a esas tradiciones pecuecas (palabra favorita de un “escritor”), lo que busca remover costras de comodidad y de consumo, lo que tiene una intención más de arte y menos de oficio. Yo no les voy a recomendar nada. Para qué si van a venir a joderme luego con sus individualidades atrofiadas y sus vergas hinchadas.

La literatura colombiana no sirve sino para generar pleitesía, para endiosar seres de barro, para cumplir con requisitos burocráticos, para manipular pueblo, para decirse sensible, para convalidar discursos políticos mierdosos, para escribir columnas y presentarse como “intelectual”, porque ante la muerte de Gutiérrez Girardot o Hernando Téllez, hay un cúmulo de vergas y vaginas ávidas de ser reconocidas como las mentes preclaras de la cultura en Colombia, porque saben que así pueden acaparar trabajos como , por ejemplo, solo un ejemplo, ser profesores y profesoras de Maestrías en Escritura Creativa y similares. ¿Pedagogía? Eso es olor a culo. Lo que hay que tener es labia y tramar pendejos. Al fin y al cabo en este país a nadie le ha interesado sacar o salir del fango de la ignorancia y como ahora no se llora sino se factura (bendita seas, Dian), entonces no hay nada que un fajito de billetes pueda curar. En este caso la ignorancia es curada con dinero, porque el dinero es el que manda.

Tamaños

El mío es más grande que el tuyo. El mío no se cae. El mío puede acabar con el tuyo.

Vale. Estoy haciendo trampa. Porque ustedes podrían pensar que estoy hablando de egos. O de penes. Pero no. Estoy hablando de escrituras.

Hoy estaba pensando, mientras paseaba por las redes sociales y veía las personas que son exitosas (al parecer la mayoría pero eso solo es un espejismo) regodearse en sus éxitos, en el poder del esfuerzo y la constancia, en el premio por la vida, en el reconocimiento esperado. Y sobre todo cuando es un reconocimiento literario. Estaba pensando que hay letras que son más grandes que otras, que no se caen y que pueden aplastar a otras. Claro, siempre quien la tiene más grande le dirá a otros (en un acto de falsa conmiseración) que algún día podrán ser como yo. Pero eso no es cierto. O no del todo. Porque también hay letras pequeñas, minúsculas, insignificantes, que seguramente nunca podrán superar un milímetro sobre el piso. Y que por más que se esfuercen, por más que sean letras juiciosas, por más que trasnochen y sufran, nunca serán lo suficiente. La democratización de las artes, dicen. Todos pueden, dicen. Mentiras es lo que se dicen.

Hoy estaba pensando, simplemente, que mis letras son menores, ínfimas, minúsculas. Que quizás nunca me esforcé y ahora pretendo reconocimiento, que nunca sufrí y ahora pretendo validarme, que nunca lo he hecho con constancia y ahora quiero eternidad. No lo neguemos, a un grueso de las letras le funciona todo esto y menos. Y es cierto que a unos cuantos les funciona todo lo primero.

¿Qué estoy diciendo? Nada nuevo. Quizás mientras preparaba el desayuno y pelaba una manzana verde e hice demasiada presión con el cuchillo y me corté un poco la yema del dedo índice de la mano derecha está ardiendo y yo solamente quiero lanzar mierda al zarzo porque soy ínfimo.

O quizás simplemente es este mi ejercicio y espacio irregular para ver si algún día el esfuerzo físico y metal termina siendo proporcional a mi éxito.

Otro día en una vida finita.

Tu soledad es tan grande y no puedes huir

Usé la palabra “diario” y siento que me metí en camisa de once varas. No, no creo que haga esto todos los días, escribir es algo que sucede cada vez que se necesita, no cada vez que toca. Así que la palabra “diario” cuando dije que iba a hacer de este sitio un diario, no es literal, es simplemente la forma figurada para hablar de lo que voy a hacer acá y la manera como me voy a expresar.

Hoy salió otro cuento. Hay tres. Están en fase de prueba. Eso quiere decir que lectores en los que confío los están leyendo para que luego me den opiniones profundas al respecto. Son personas que me dicen qué funciona y qué falla. Después de eso tendré que releerlos y reescribirlos y luego, si la voluntad me alcanza, los estaré enviando a alguna parte. No creo que den para tanto. Son como anécdotas incompletas. Eso me lo dijeron en el primer taller de cuento que tomé por allá en 2008. Me dijeron: usted no escribe cuentos, escribe anécdotas. Lo más seguro es que así sea, después de todos estos años. Ceñirse a la tradición es algo que no he podido desde la infancia, cuando estaba en colegio de monjas y curas. La fe no es lo mío.

Ahora bien, lo relevante de todo esto es que voy tomando impulso para seguir escribiendo. Debo aprovecharlo ya que a finales de enero todo se irá a la mierda cuando deba emprender de nuevo el ritual de lo habitual. Debería dedicarme a escribir poesía. Ya lo he hecho y hasta me han invitado a recitales (gente osada). Si no me funciona un cuento porque es una anécdota, un poema no me funciona porque debe ser una canción. Y en su momento intenté escribir canciones y a que no adivinan… Fracasé rotundamente.

En fin. Que escribir es de fracasar y no de que me inviten a leer cosas que a nadie le importa. Fama pírrica. La de muchos. ¿Envidioso? Se nota que no han leído mi texto de acá.

Para terminar, otra imagen random: