Un (otro) cuento de navidad

En esta fecha abundan historias, pero no cuentos.

Despierto. Veo por los resquicios que deja la cortina que hoy es, de nuevo, un día soleado. No recuerdo la última navidad pasada por lluvia. No recuerdo lo que hice ayer. Eso sí recuerdo con claridad las noches de esos 24 atiborradas de pólvora. El olor amargo y penetrante de los volcanes y los voladores, las calles llenas de niños como yo, todo el mundo hablando y departiendo. Parece que todo eso sucedió hace un millón de años. De una década para acá la navidad es un día más.

Hago el esfuerzo por salir de las cobijas pero perfiero acomodarme, buscar el iPad y revisar Facebook. Poco movimiento, presumiblemente porque todos andan de viaje, llenando sus celulares de fotos y fotos mal tomadas, borrosas, con flash, desenfocadas, descentradas, desniveladas, las mismas 240 o 355 fotos que subirán a álbumes de mierda en FB con títulos como «el mejor año de mi vida», «compartiendo con la familia», «happy navidad» , «yop». Fuera de un par de anuncios sobre «los mejores discos de 2015» o «las peores noticias del año» nada más me interesa. Incluso Tinder anda escaso de personal. Instagram, como ya imaginarán, es una tundra. De nuevo hago el gesto de quitarme las cobijas de encima pero recuerdo que anoche estaba repitiéndome Sherlock en Netflix y que quedé en un buen capítulo de la segunda temporada. Me la repito toda. Casi cinco horas en eso. Miro la hora y ya casi es mediodía. Las tripas no me han crujido así que es cosa de un par de vasos de agua y queda el desayuno. Por fin quito las cobijas de encía mío. El calor es apremiante, tengo sudor acumulado en el cuello y la espalda. Miro mi abdómen y encuentro que es una enorme bolsa, inflada, como a punto de reventar. Tengo sobrepeso, así me lo dijo el doctor hace dos semanas. No me importa, desde que pueda pararme por mis propios medios.

Voy al baño, meo, tomo una botella plástica pequeña que fue de Cocacola y que ahora lleno de agua. Me la tomo con desesperación. Me sirvo dos más. Me miro al espejo y veo a un tipo decadente, gordo, como hinchado, grasoso, con el cabello desordenado, como seco, con ojeras. Así me he recordado la mayoría de veces en mi vida. Al lado del sillón veo el arrume de libros que me están esperando. Ya terminé el de Welsh. Es un autor divertido, escatológico y divertido. Bien diferente de Palahniuk que es como todas las pelícuas de acción de Brad Pitt. Welsh, en cambio, es como Hellraiser, poco a poco te va metiendo en la historia y luego ves cómo cuelgan en suspención a alguien que grita agónicamente. La poesía la dejo para enero, cuando me sienta más calmado y esté bebiendo menos. Quiero deshacerme de un par de novelas que resultaron siendo un bodrio. Incluso me da verguenza regalarlas, podría pasar por petimetre. Mejor venderlas. Releo un par de capítulos de Vacío perfecto de Lem pero, aunque es de mis favoritos, no tengo la actitud para disfrutarlo como se debe.

Intento masturbarme mirando las fotos de Instagram de una chica que sigo hace unos meses. Piernas largas y muy delgadas, un color de piel que tiende al trigueño, casi sin senos. Delicia perfecta. El sudor regresa a mi frente y al cuello. Desde que subí de peso se me acumula sudor en los pliegues del cuello. Ese es el mejor signo de mi obesidad. Me quedo mirando una de las fotos de aquella chica pero ya he perdido la erección. Lo tengo muy chico, pienso. Creo que es hora de bañarme pues parece que huelo a ácido de batería pero con el calor que está haciendo apenas salga continuaré sudando como porcino frente al hacha. Finalmente me decido por Murakami.

Sin percatarme he leído ciento cincuenta páginas. No sé de qué trata la puta novela. Y no es que sea compleja, es que no he prestado atención. Miro la hora en el iPad y ya son las tres. Voy a la cocina, miro lo que ha quedado del almuerzo de ayer y hago cuentas. Si compro ensalada y media libra de carne, con eso tengo. Me asomo por la ventana del minúsculo patio de ropas del apartamento. A lo lejos se ve el centro de la ciudad. Tengo una avenida principal casi al frente. Está casi vacía. En un rato habrá incluso trancones pues muchos dejan las últimas compras navideñas para último momento y se arrojarán a cualquier almacén que esté abierto y terminarán comprando cualquier chuchería para llevar a la reunión que tendrán en casa de suegros o abuelos pues les han enseñado que nunca deben llegar a casa ajena con las manos vacías. País de mierda. Todos tenemos excusa para comprar fruslerías. A la gente de esta ciudad le encanta derrochar dinero, así viva en condiciones precarias. Así desayunen aguadepanela rebajada. «Porque lo importante no es ser sino aparentar» decía un cafre de una emisora de rock hace unos años. Me devuelvo a mi cuarto y me visto. Me bañaré en la noche. Un saco deportivo, sudadera y tenis. Apenas salgo del edificio y el sol comienza a quemarme la piel. Maldito clima navideño. Las compras las hago en un barrio popular que queda frente al conjunto donde vivo hace casi seis años. Este barrio tiene muchas historias para contar. Desde su misma fundación, pues comenzó como barrio de invasión, como casi todos los barrios de esta ciudad, con enfrentamiento con la policía, con muertos y heridos, con la posibilidad de un acueducto. Todas las casas son diferentes y recientemente algunas han sido remodeladas y ampliadas. Los negocios turbios dan buenos dividendos. Se nota en los vidrios azules casi polarizados contrastando con la fachada de ladrillo. Al de la fama siempre le pido que la carne no sea gorda pues de eso ya tengo, le digo. A un par de casas, en un restaurante, una señora amargada vende ensaladas, al parecer, hechas por ella misma. Le pido una porción de roja.

De camino al apartamento y así como siempre hago que me pongo a mirar a lado y lado como esperando reconocer un rostro cualquiera, efectivamente me cruzo con un rostro que reconozco. Se ve más chica de lo que he visto en sus fotos. Nunca la había visto en persona. Tiene el cabello recogido en cola de caballo y lleva además una balaca. No tiene nada de maquillaje y sus ojos son de ratón asustadizo. Ella me reconoce, aún cuando estoy seguro de que es la primera vez que me ve en persona y me quita la mirada. Tiene senos pequeños y piernas delgadas. Tal como me gustan. Pero se nota que me tiene miedo así que la ignoro y sigo pensando si preparo la carne frita o sudada.

Paso por donde el paisa y compro cigarrillos. La cerveza la vende muy cara así que voy a la tienda del boyaco que es más generoso con los precios. Pido seis Poker grandes. Abro la puerta del conjunto y siento una mano que me agarra del brazo. Es la chica ojos de ratón asustadizo. Nunca le había escuchado la voz. Es como me la imaginaba, delgada y aflautada, como si estuviera en cambio hacia una voz más…gruesa, supongo. Esta vez me sostiene la mirada mientras me dice cosas atropelladamente, que yo era odioso (nada nuevo), que le había incomodado lo que le había dicho (no sé qué será), que a pesar de todo quería conocerme y no se había dado la oportunidad hasta hoy que nos cruzamos. Le agradezco la sinceridad y le digo que si quiere nos vemos más tarde o después de estas festividades pues supongo que lo que lleva en las bolsas es la cena familiar. Le digo que ya sabe dónde vivo así que todo puede ser más fácil. Su rostro se enciende, baja la mirada, parece que está nerviosa, le digo que sí nos veremos. Le pido su número, yo le doy el mío. ¿Ves? Esas son certezas. Sonríe y se va.

Si me hubiera bañado antes de salir la tendría acá, sola, para mí, frágil y deseable. Soy descarado pero tengo mis límites. Siempre bañado. Preparo el arroz y la carne, la ensalada la guardo en la nevera, destapo una cerveza, enciendo el televisor y comienzo a canalear. Miro la hora, son casi las cinco. En CNN ya están pasando las celebraciones navideñas de Nueva Zelanda y de Japón y de esos lugares donde ya es de madrugada. La mayoría de canales están pasando refritos y especiales navideños de mierda. Paso de largo por los canales de cocina. Están repitiendo El señor de los anillos. Prometen para mañana ciclo de Matrix. Qué mierda. Voy comiendo mientras miro desinteresadamente El retorno del rey. Pensándolo bien, es poco original el de El regreso del Jedi. Bueno, de hecho es poco original incluso la prometida nueva saga. Qué mierda. Junto a la silla hay ya cuatro latas vacías de Poker. Traigo el portátil y busco porno. Lo miro de la misma manera como miro la última de la trilogía del Señor de los anillos. Incluso me descubro tomándome de la barbilla cuando me parece reconocer un rostro en uno de los videos. Lo devuelvo varias veces, lo detengo, le doy zoom, trato de reparar en los lunares cerca de sus senos y los del culo. Podría jurar que es ella. ¿Tan mal están las cosas como para terminar haciendo porno amateur con Culioneros.com? Un primer plano de su rostro. Tremendo. Es ella. ¿Y si le envío este enlace a su padre por FB? Me emociona la idea de ver arder el mundo en plena navidad. Me masturbo y me vengo dos veces viendo el video y recordando cuando era yo quien se la follaba. Le envío el enalce a su padre. Lo bloqueo. Con todo este desorden creo que ahora sí es justo bañarme. En la ducha me masturbo de nuevo. Voy a donde el boyaco y le compro seis más. Le deseo feliz navidad. No me escucha. No vuelvo a decirle nada. Abro la puerta del apartamento y noto que timbra el celuar. Número desconocido. De seguro es el padre de ella. Espero a que deje de timbrar y lo apago. Eso lo debe solucionar con su hija, no conmigo. Pusilánime. En mi cuarto prendo el PC y destapo una lata. Me bebo la mitad como con sed o desesperación. Busco el perfil de la ojos de ratón asustadizo. Me ha desbloqueado. Le dejo un mensaje escueto para ver si nos vemos el fin de semana. Pongo videos en vivo de Nightwish. Me encanta Floor Jansen aunque no es ni delgada ni bajita ni de senos pequeños. Pero cómo me gusta. El ratón me responde. Que bueno, que dónde. En el mismo lugar donde me encontraste, le digo. Bueno, responde. Qué ratón más árido. Ya no tengo ganas de follármela. Miro el reloj, son las diez pasadas. Destapo la quinta lata. Me la bebo despacio. La pólvora empieza a reventar por las calles aledañas al conjunto. Lleva prohibida más de una década pero nunca ha dejado de sonar. Entre más al sur más suena. Busco porno lésbico pero no me entran ganas de masturbarme. Miro esos cuerpos cómo se mueven y cómo lo simulan todo. Hasta se ríen, con esa risa de lo ridículas que se ven, queda todo filmado. El porno se burla de sus consumidores. Suena el timbre. A nadie espero. Un escalofrío baja por toda mi espalda. ¿En navidad? No lo puedo creer. Podían haber pasado cualquier otro día del año, pero justo en navidad y preciso antes de verme con la ratita asustadiza. Timbran frenéticamente y golpean la puerta. Son ellos. O tal vez sea él buscando venganza por su hija deshonrada. Son muchos los que me odian, pero no imaginé que averiguarían dónde vivo. Suena como una máquina neumática golpeando la puerta. Uno de los vecinos sale a ver qué pasa. Escucho un disparo. Es cuestión de tiempo. Busco de nuevo el video de la chica desgraciada por un costeño monumental y trato de masturbarme. Lloro en silencio. Logran abrir la puerta.

nofap-el-movimiento-que-se-propone-acabar-con-la-masturbacion-para-siempre

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