Un retrato

Una vez tuve un amigo artista. Lo perdí por un error.

Recientemente he vuelto a Normandía, de paso, a caminar ese barrio en el que viví por casi 20 años. Hace mucho tiempo no lo escudriñaba. Es como ver un montaje fotográfico. Partes que se conservan tal cual las recuerdo cuando me tuve que ir del barrio, hace ya más de una década, y otras partes que no puedo identificar pues son «recientes» para mí y no recuerdo qué había detrás o debajo de ese progreso. Es el mismo concepto freudiano de configuración del inconsciente, solo que amí me falla por completo la memoria.

En fin, que en una de las recientes pasadas recordé a Andrés Galán. Seguro que él no me recuerda esporádicamente como yo lo hago. Y su recuerdo llegó a mí porque ando leyendo un libro sobre Frida Kahlo. ¿Cuál es la relación? Ya les digo.

Normandía 2015
Normandía 2015

De adolescente yo era más un descerebrado que cualquier otra cosa. Un hueco come-libro, un ñoño de apariencia, pues realmente no me preocupaba por más que por poder ver MTV y Los Caballeros del Zodíaco. Al salir de esa traumática etapa y hacerme un poco más conciente de mí, descubrí que Andrés era artista. Estudió Artes Plásticas en la Nacho y su cuarto y el garaje estaban llenos de dibujos suyos. Me gustaba escucharlo hablar, de vez en cuando, sobre el arte. Creo que tenía inquietudes honestas y profundas. Creo que luego las perdió y las abandonó, pues creo que entendió que el arte sin círculos no cambia ni revoluciona. Creo que él me tenía paciencia porque yo lo escuchaba, creo que era de las muy pocas personas que lo escuchaban. Era un tipo complejo, complicado, tenía cambios temperamentales y no muchos lo toleraban. A mí me daba lo mismo, me parecía divertido y sabía cosas que yo no.

Un día, cuando estaba en el loco proceso de los 20 años de «independizarse», viviendo en un cuarto que le arrendaba una tía o algo así, me invitó a conocer su estudio. Era el mismo cuarto donde estaba durmiendo. Tenía poca iluminación, era bastante pequeño, no había cama, según recuerdo, pero tenía lienzos y caballete. Para mí era un lugar mágico, era sentirme en verdad en otro mundo, apenas a unas cuadras de mi casa. En secreto admiraba a los artístas pues suponía que sus vidas corrían paralelas a las de nosotros, pobres mortales. El olor a óleo, a trementina, a esmalte, a arte. Sí, me gustaba pasármela con Andrés, además porque escuchaba música que a mí nio me atraía como The Cure, pero también le gustaba el In Utero. En serio, con él me sentía inteligente. Bueno, el caso es que me invitó a conocer su apartamento y me dijo que quería hacerme un retrato. Receurdo que ese día, como la mayoría de días, estaba andrajoso, gordo, mechudo y desganado. También recuerdo que usaba una chaqueta del ejército que luego un puto Carabinero me decomisaría y me daría un «reporte» en un pedazo de hoja mal arrancada de una agenda que el muy cerdo tenía por ahí olvidada. Seguro le pregunté a Andrés que qué debía hacer, y seguro me dijo que lo único era sentarme en el butaco que tenía en mitad de su estudio y quedarme quieto por un rato. Tal vez fue cosa de dos horas o más de estar ahí sentado mientras hablábamos trivialidades y él pintaba. Me mataba la curisidad de verme en un cuadro, por primera vez en mi vida. En serio, qué emoción tener un amigo artista. En un punto creo que me dijo que iba a descansar así que me pude levantar del butaco y podía ver lo que él había hecho. Sorprendente. Era yo y no era. Estaba bastante bien. Se distinguía la chaqueta, lo redondo de mi cara y el cabello largo. No tenía ningún detalle del rostro. Sin ojos, sin naríz, sin boca. Pero estaba seguro que era yo, sobre todo porque se veía a un ser cansado, abatido por la vida como lo estaba en aquella época. Andrés me dijo que apenas lo terminara me lo regalaría. No lo podía creer, creo que me emocioné mucho que me dijera eso pues era como poder cumplir con un sueño pueril apenas visto en láminas de la enciclopedia roja de mi casa.

No sé si fue antes o después, terminó con una novia con quien estaba enceguecido y hablamos una noche bebiendo aguardiente, donde lo escuché sufrir toda la noche y parte de la madrugada, y de donde sacamos como conclusión que yo debía estudiar psicología. Y la estudié, pero esa es otra historia. De lo que sí estoy seguro es de que, días o semanas después, mientras lo esperaba en su sala de su casa (la de sus padres), me dio por tomar algo que no era mío. Semanas después me devolvería el CD original del MTV Unplugged de Nirvana rayado, inservible, con una leyenda: «Eso no se hace».

Ahí terminó nuestra amistad y ahí terminó el sueño de tener un retrato mío hecho por un artista.

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